RELATO GANADOR DEL 1º CONCURSO DE RELATOS DE LA SALA MAS_DE_50. AUTOR : ANÓNIMO
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Escrito por suavecita-- el 2017-11-01 22:09:30.
Actualizado por suavecita-- el 2017-11-03 23:27:21.
Queso matemático
Bastó una línea entre decenas, para adivinar tu presencia distinta entre tantos usuarios. En ese instante me pareció una frase exacta y precisa, con una contundencia propia de quien demuestra el resultado de un problema aritmético. Luego supe de tus bailes con los números y de tu coqueteo con las cifras., aunque en ese momento ignoraba tus gustos. A ese día, siguieron otros. Cuando aparecías, destacabas en la sala con la seguridad propia que muestra quien humildemente ya no está en guerra, con la naturalidad que tiene aquel a quien los años no le pesa. Saludabas con cariño a quien con demanda de saludo te saludaba; opinabas sin reservas si algo te molestaba. El cinismo aparecía en tus palabras únicamente si había conatos por parte de quien intentaba dañar al más débil que en ese momento tecleaba. Pero sin duda, y de cualquier manera, la sala a mis ojos era distinta con tu presencia en ella. Yo leía calladamente, con un silencio interrumpido solo por los enlaces de youtube que los demás usuarios compartían, con ese intento soterrado de tomar presencia aún sin escribir palabra. De esa forma y manera, fueron pasando los meses, leyéndote entre líneas y a cachos de minutos. Pero ocurrió, como pasa siempre, que un día hablaste de ti mismo. Pronunciando un sitio, un lugar, una calle, y diciendo que de ella eras vecino. Fue toda una sorpresa. Comprendí que nuestros pasos cubrían un mismo asfalto; nuestros ojos veían un mismo trozo de cielo y que posiblemente, sin saberlo, algún cruce en algún momento habíamos tenido. Entonces llegó aquella tarde de sábado, último día de Septiembre. Rondaba las seis y había terminado la película de la 5. Encendí el ordenador y entré al chat. Te estabas despidiendo para ir a comprar. Al parecer tu frigorífico lo recorrían ratones y el deber obliga antes que la devoción según dijiste. Era exacto el momento y necesario forzar el encuentro. Sabía que las probabilidades eran amplias aunque coexistiendo con buen margen de error. Pero debía intentarlo, por hacerlo nada perdía. Hombres solos, rondando tu edad, atendiendo a tu altura, y con las demás señas recopiladas mientras te había leído en silencio durante tantos días, no debía haber muchos en ese momento en el Super. Yo sabía y adivinaba que podríamos hacer una ecuación perfecta si llegábamos a estar juntos. Conocía de tu amor a las matemáticas, y era consciente de que podrías resolver mi logaritmo si dejabas que fuera tu exponente. Tenía total seguridad de que mi lado convexo se amoldaría a tu cóncavo resolviendo incógnitas con números exactos. Lancé los dados y salieron 12. Fue frente al queso cuando tuve el valor de hablarte por primera vez excusándome en que no veía el semicurado que compro siempre. No dudaste en ponerlo en mis manos mientras agradecimiento a tus ojos mostré. Y sin tregua ni pausa pronuncié tu Nick preguntando si eras tú. Aún hoy intento sorprenderte como lo hice aquella tarde, pero continuamente me recuerdas que lo de aquel día es difícil de superar. Hace tiempo que no chateamos. Pero siempre que nos preguntan cómo nos conocimos, respondemos con orgullo y al unísono que lo hicimos en un chat. En ese momento sonreímos y yo callo, para que tú digas esa frase tan nuestra: “Fue en una sala de más de 50, no de maduros, sino de semicurados “.
Anónimo
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Queso matemático
Bastó una línea entre decenas, para adivinar tu presencia distinta entre tantos usuarios. En ese instante me pareció una frase exacta y precisa, con una contundencia propia de quien demuestra el resultado de un problema aritmético. Luego supe de tus bailes con los números y de tu coqueteo con las cifras., aunque en ese momento ignoraba tus gustos. A ese día, siguieron otros. Cuando aparecías, destacabas en la sala con la seguridad propia que muestra quien humildemente ya no está en guerra, con la naturalidad que tiene aquel a quien los años no le pesa. Saludabas con cariño a quien con demanda de saludo te saludaba; opinabas sin reservas si algo te molestaba. El cinismo aparecía en tus palabras únicamente si había conatos por parte de quien intentaba dañar al más débil que en ese momento tecleaba. Pero sin duda, y de cualquier manera, la sala a mis ojos era distinta con tu presencia en ella. Yo leía calladamente, con un silencio interrumpido solo por los enlaces de youtube que los demás usuarios compartían, con ese intento soterrado de tomar presencia aún sin escribir palabra. De esa forma y manera, fueron pasando los meses, leyéndote entre líneas y a cachos de minutos. Pero ocurrió, como pasa siempre, que un día hablaste de ti mismo. Pronunciando un sitio, un lugar, una calle, y diciendo que de ella eras vecino. Fue toda una sorpresa. Comprendí que nuestros pasos cubrían un mismo asfalto; nuestros ojos veían un mismo trozo de cielo y que posiblemente, sin saberlo, algún cruce en algún momento habíamos tenido. Entonces llegó aquella tarde de sábado, último día de Septiembre. Rondaba las seis y había terminado la película de la 5. Encendí el ordenador y entré al chat. Te estabas despidiendo para ir a comprar. Al parecer tu frigorífico lo recorrían ratones y el deber obliga antes que la devoción según dijiste. Era exacto el momento y necesario forzar el encuentro. Sabía que las probabilidades eran amplias aunque coexistiendo con buen margen de error. Pero debía intentarlo, por hacerlo nada perdía. Hombres solos, rondando tu edad, atendiendo a tu altura, y con las demás señas recopiladas mientras te había leído en silencio durante tantos días, no debía haber muchos en ese momento en el Super. Yo sabía y adivinaba que podríamos hacer una ecuación perfecta si llegábamos a estar juntos. Conocía de tu amor a las matemáticas, y era consciente de que podrías resolver mi logaritmo si dejabas que fuera tu exponente. Tenía total seguridad de que mi lado convexo se amoldaría a tu cóncavo resolviendo incógnitas con números exactos. Lancé los dados y salieron 12. Fue frente al queso cuando tuve el valor de hablarte por primera vez excusándome en que no veía el semicurado que compro siempre. No dudaste en ponerlo en mis manos mientras agradecimiento a tus ojos mostré. Y sin tregua ni pausa pronuncié tu Nick preguntando si eras tú. Aún hoy intento sorprenderte como lo hice aquella tarde, pero continuamente me recuerdas que lo de aquel día es difícil de superar. Hace tiempo que no chateamos. Pero siempre que nos preguntan cómo nos conocimos, respondemos con orgullo y al unísono que lo hicimos en un chat. En ese momento sonreímos y yo callo, para que tú digas esa frase tan nuestra: “Fue en una sala de más de 50, no de maduros, sino de semicurados “.
Anónimo
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